Lázaro


                                                   
                                   “Mi cuerpo un milagro molesto” Anne Sexton.
                        Es cierto que Jesús me resucitó. También es cierto que aún hoy sigo vivo, con el mismo hedor a podrido y la misma hambre. Según creo no he envejecido. Mi silencio ha sido terrible. Escribo para saberme acompañado. Estos papiros nadie más los leerá. El odio que sintió Jesús me castigó con esta longevidad. Cada día es un látigo.
                        La nueva vida me convirtió en exiliado y ladrón, incluso de pan. Oí que el maestro resucitó también a una niña. No la conocí, tampoco sé si es verdad esa historia. Muchos lo creían diferente, jamás lo fue. Su poder era hipnótico. Una noche  desperté y lo vi llorando. Pregunté la razón y me dijo que los niños muertos cuando él y sus padres huyeron, no lo dejaban dormir. Su temor se le vino encima cuando lo apresaron. Le hicieron tragar todas sus palabras. No pudo salvarse, pero sí hizo que sus seguidores salvaran su nombre. En verdad fue su único milagro.
                        La gente que me conocía antes de morirme ahora me teme. Me quieren lejos. Mi familia no cree que sea yo. Estoy seguro de ser Lázaro, de estar vivo y de querer acabar con esta locura. No sé cómo desaparecer. Tengo las mismas necesidades que los demás.
                        Los apóstoles se hicieron ambiciosos y querían recibir la gloria prometida. Cada uno hizo su grupo para agilizar que se oficializara nuestra orden y ya no fuéramos perseguidos. Todos fueron asesinados, menos Juan. Lo vi pidiendo clemencia y fingió locura por su edad, prefirió las rejas en el exilio.
                        Ahí estaban hombres iletrados, pescadores y campesinos tratando de aparentar tener poder y ser obreros de Dios, tan sólo porque estuvieron oyendo a Jesús. Hábilmente me aparté de ellos. Nacieron calumnias sobre mí: decían que me casé, que me suicidé y otras muchas cosas. Todas falsas. Aún estoy acá. Mi condena a vivir tanto no sé si sea eterna, pero así me parece. Cansarme no me ayuda a acelerar nada.
                        Mi desilusión del maestro es porque nunca ha regresado. Nos mintió. Era común como los demás. Tenía sangre, miedos y ganas de vivir. Yo culpo a su familia por hacerlo leer desde niño los cuentos de los profetas. La ramera María fue la principal agitadora de la locura del carpintero. José no era su padre, pero sí amaba a María.
                        Conocí a Jesús cuando él estaba detrás de mi hermana. Nunca hablamos mucho, soy algo tímido, él era bueno con las palabras y me enredaba fácilmente.     Alguna vez lo hice reír tratando de entender una de sus parábolas. Fue el único contacto íntimo que tuvimos. Después cuando quisieron hacerlo un santo, yo recordaba este incidente y negaba que no fuera un hombre como yo.
                        Me he hecho aficionado al vino. Todos los días lo tomo. Sólo he tocado a dos mujeres, claro, antes de que me resucitaran. Ningún disfraz me funciona. Mi piel hiede a muerte. Soy un difunto. Ando triste, amargado y sin ningún propósito de tener esperanza. Quiero morir.
                        El abogado Saulo logró empujar la obra hasta caminos impensados. Su filosofía era implacable. Los maestros siempre quisieron tenerlo a su lado. Terminó cediendo. Su enemistad con Silas nunca se sanó. Ellos son los destructores de la fe de Jesús. Ahora me muevo como fantasma. Siento la brisa, el frío y el calor de los días. No me abandona el hambre, nunca duermo. Mis ojos han visto todos los cambios, mucha sangre, música, líderes. Uno de nosotros mantuvo la fe hasta la muerte: Santiago. Su religión ya no existe.

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