Tierra de Cocodrilos

Cocodrilos en el fango, por John Singer Sargent, 1917

Tulio Martínez vivía en una casa que, a pesar de su sencillez, gozaba de un patio enorme en el que había varias lagunas y fango donde habitaban cocodrilos, culebras, sanguijuelas… Esos animales, siempre hambrientos, impregnaban la casa de un vaho asfixiante. Tulio se pasaba la vida entre comprarle alimento a sus mascotas y visitar la morgue en busca de algún trabajo de corta jornada. Nadie le frecuentaba. Su aspecto mustio y su expresión misteriosa alejaban cualquier conato de amistad. Una tarde recibió una visita inesperada.

 –Buenas tardes. Soy inspector de animales del Zoológico Nacional. ¿Usted es Tulio Martínez?

Tulio lo miró con la perspicacia que se observa un manjar del que se sospecha está envenenado.

 –¿Qué quiere?

 –Hablar acerca de los animales que viven con usted. Si no lo sabe, es ilegal tener animales salvajes dentro de un hábitat seguro para los seres humanos. 

–Ellos no molestan a nadie.

 –La queja de la Junta de Vecinos del barrio dice lo contrario. 

–Entre... Yo no muerdo. 

Sirvió dos vasos de jugo. Le pasó uno a su invitado. Tomó él primero, dejando al inspector sin opciones de rechazar la bebida.

 –Gracias. Bebió un sorbo de jugo.

 –Usted ve, la gente piensa que soy raro, pero dígame, ¿qué tiene de malo tener mascotas?

 –Bueno, es que no son mascotas comunes –dijo medio mareado el fiscal–. No me siento bien.

 –... Es el olor, ya se acostumbrará. –Le decía que esas criaturas son las que me mantienen vivo. Yo las quiero como si fueran mis propios hijos. Mire: yo voy a la morgue todos los días y les traigo los cadáveres que nadie reclama. Pero en un pueblo pequeño como este no se muere tanta gente. Así que ayudo a algunas personas a encontrar el camino, y de paso alimento a mis criaturas y me divierto un poco. 

Ni el oráculo más certero hubiera convencido al fiscal que ese día sería alimento envenenado para cocodrilos.



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